martes, 23 de agosto de 2016

Cuanto de Prácticas Del Lenguaje.

Diario de una suicida
Tarf era mi perro, recuerdo que lo encontramos hace unos 15 años, una tarde de lluvia. Me seguía a todas partes, me defendía ante todo, era mi mejor amigo. Estoy segura que llegué a amarlo más que a mis propios padres. Nunca me imaginé una vida sin él.
El día que falleció mi mundo se derrumbó. Días anteriores a esto, mi tía quedó internada en terapia intensiva, la muerte de tarf fue la gota que rebalsó el vaso.Siempre fui una persona con problemas normales de adolescentes, mi único consuelo siempre fue Tarf. Yo estaba mal pero sea como sea siempre me sacaba una sonrisa. Era el motivo por el cual yo siempre seguí de pie a pesar de todo. Soy una persona insegura y no le interesaba mi aspecto, me amaba por lo que era.
Pasadas unas semanas de su muerte, entré en una gran depresión. Sentía que mi vida ya no tenía ningún sentido. Mis problemas no habían cambiado, simplemente ya no tenía alguien como Tarf a mi lado para apoyarme y sacarme una sonrisa. Mis amigos decían que yo estaba loca por querer de tal manera a un simple perro, pero luego de un tiempo entendieron lo importante que él era para mí.
Comencé a no tener más apetito, estaba cansada, no podía levantarme de mi cama, lloraba día y noche, no sabía qué hacer. Tomé la estúpida decisión de tomar pastillas para matarme. Cuando mis padres se enteraron, me las sacaron y me llevaron a una psiquiatra, Amanda. Ella les recomendó que me lleven a un centro de rehabilitación mental por unas semanas para ver si allí podía superar mis problemas y el reciente fallecimiento de mi perro y tía.
Entré a ese lugar y las ganas de suicidarme eran cada vez más grandes, realmente no tenía nada por seguir viviendo. Estar en un lugar así no era vida, no me incitaba a querer continuár. Me la pasaba escuchando música, lo único lindo que tenía. Tocaba el piano ya desde chica y siempre fue mi único escape de la vida real, cuando tocaba me metía en mi propio mundo, sin problemas y lleno de pasión por las melodías que tocaba. Allí en el psiquiátrico había un piano viejo, tocarlo fue lo primero que hice cuando llegué, sin embargo, eso no hacía que me sienta mejor al respecto.
Conocí a un chico llamado Tobías, estaba ahí como voluntario, tenía solo unos años más que yo. Ese día hablamos y hablamos, le conté todo lo que me había pasado y cómo me sentía. A partir de eso, venía siempre y hablábamos de todo, me contaba de su familia, quería ser bailarín pero sus padres no lo dejaban porque decían que nunca iba a tener éxito. A veces yo tocaba el piano y el comenzaba a bailar, siempre que estaba con Tobías me olvidaba de mis problemas, de hecho, recordaba a Tarf de una buena manera. Cada día que pasaba con él yo iba mejorando. Las personas de ahí, incluyendo a mi psiquiatra nos molestaban diciendo que estábamos enamorados y que íbamos a terminar juntos. Yo sabía que eso no iba a ser así, él era mi mejor amigo y yo la suya, no había ningún tipo de interés más que ese.

Gracias a él pude mejorar y lograr estar bien, conmigo misma,  pude superar lo de Tarf, recordarlo como el mejor perro que pudo existir. Y respecto a mi tía se podría decir que logré aceptar que ya no está, aunque su muerte no haya sido nada justa, era muy joven. Pero, me di cuenta que la vida sigue a pesar de que extrañemos a muchos seres queridos que se han ido. Tobías y yo somos muy buenos amigos y vamos a la secundaria juntos. No sé qué hubiera sido de mí sin él. Fueron unos años muy complicados de mi vida, decidí guardar todo esto en un diario para recordar lo importante que es valorar cada segundo de la vida y que uno nunca sabe cuándo alguien como Tobías puede aparecer en nuestras vidas.