Pandora
Fue mi
nacimiento una conspiración de los dioses, un maldito castigo contra los
hombres. Fui creada con una figura de encantadora doncella y me otorgaron los
dones de la gracia y la sensualidad.
Mis
creadores se ocuparon de adornarme de modo tal de configurar un “bello mal”, un
don tal que los hombres se alegrarían al recibirlo. Junto con mis ropas y
adornos me regalaron una caja finamente labrada. Esa caja era el objeto más
bello que mis ojos habían podido apreciar, más se me ordenó mantenerla siempre
cerrada. Así fui presentada como la primera de entre las mujeres que en sí
mismas traen el mal.
No me pude
resistir a tanto misterio. Un día, cuando ya estando casada con Epimeteo,
mientras hacía las labores de la casa, deslicé mi mano sobre las doradas y
finas cuerdas que amarraban la caja y se deshicieron sus nudos entre mis dedos.
Comencé a escuchar voces que pronunciaban mi nombre y pedían ayuda: “pandora,
la queda todo”, y sin poder resistirme más, levanté su tapa. Cuando la abrí se
escaparon en un estruendo todos los males.
Intenté
cerrarla con fuerza pero no logré hacerlo y sentí, por primera vez, la vergüenza;
pero también, el odio porque supe, en ese instante, que había sido creada y
destinada para hacer eso. Portadora del mal para los hombres. Una peste difícil
de tolerar, pero de la que no se puede prescindir. Hay quienes creen que en la
caja aparte de los males había bienes, sí les puedo asegurar que como venganza
hacia los dioses, reservé para los hombres, el mayor de estos, la esperanza. La
esperanza de no rendirse, de aceptar las sombras de enterrar los miedos, de
destrabar el tiempo , de quitar los cerrojos, de un nuevo comienzo y de no ser
más un instrumento de juego de esos dioses que me crearon.
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